Cuando ya se ha analizado el actual experimento de los
medios de comunicación en su origen y en su sentido se procede luego a anotar
algunas observaciones sobre lo que desde la educación puede realizarse, sobre
todo en la etapa de la juventud, para despertar, pues, un género de participación
en los medios de comunicación que sea de veras constructiva.
Para poder actuar esta labor antes deberemos hacer algunas
consideraciones acerca de la participación y su valor. No hay duda alguna de
que la participación viene a ser como un valor neurálgico y decisivo en
sociedades democráticas como la nuestra, y también un valor muy relevante y demandado
para poder juzgar como admisible cualquier modelo educativo, así al menos se
reconoce generalmente en el campo de la pedagogía. En el campo de la
participación de la vida civil, se define a este acercamiento de la ciudadanía
de la siguiente manera: “La noción de participación ciudadana hace referencia a
una nueva forma de institucionalización de las relaciones políticas que se basa en una mayor
implicación de los ciudadanos y sus asociaciones cívicas tanto en la formulación como en la ejecución y el control
de las políticas públicas”. Este breve concepto lo hemos tomado del texto
“Participación ciudadana y medios digitales: experiencia de inmersión crítica
en la participación ciudadana del siglo XXI”, formulado
por Pedro Prieto
Martín.
Ahora bien, se puede empezar reconociendo que existe una exageración
en educación del vocablo participativo sin concretar qué significa
participativo ni dónde se encuentra el valor de la participación ni qué clase
de participación es la inestimable, e identificando, sin más, participativo con
activo. Cualquier individuo con experiencia en el campo educativo, sea docente
o cualquier otro, podrá reconocer clases que cumplen con los parámetros de la
supuesta participación y que terminan resultando definitivamente inútiles, así
como actividades en las que el estudiante puede no abrir la boca pero en las
que ha participado activa y naturalmente. Suele ocurrir con demasiada
frecuencia.
En la escuela se acentúa urgentemente el sentido de la
participación. “El derecho a participar se presenta, en el ámbito social y
político, como el núcleo de la democracia participativa, preferible de suyo a
la democracia representativa, ya que supone un compromiso individual más hondo
y más amplio en la acción política”, afirma Concepción Naval. El sentido que
esta autora le otorga al concepto de participación adopta, en los niveles
pedagógicos, una práctica clara y eficiente.
Una reciente encuesta llevada a cabo por Oxford Institute
Survey, una institución de la Universidad de Oxford dedicada al estudio de la
incidencia de Internet en la sociedad, arroja que la variable que más determina
si una persona utiliza o no utiliza la red es el nivel etario, es decir la edad.
No el nivel cultural o de renta, sino la edad. Si este estudio se corrobora en
otros países, habrá que dejar ya de pensar en esa “brecha digital” en el
sentido en que se ha comprendido hasta ahora. En España, el 71’8% de los
usuarios de Internet son menores de 34 años, según la última encuesta realizada
por la empresa AIMC.
La participación a la que hacemos referencia no puede ceñirse
ni sólo ni fundamentalmente a una herramienta de distracción, ni al entretenimiento,
ni al activismo. Sino a un compromiso interioren la búsqueda y persecución de
algo con mucho valor. Desde este punto de vista, la perspectiva educativa de la
participación, que la sociedad puede favorecer por medio de los medios, sólo será
tal si realmente fomenta algo valioso y no la participación por sí misma, pues
ésta puede tener de repente propósito de mentir o manipular.
Además, la participación impulsada por los vigentes medios
de información debe perseguir un compromiso verdadero y un entorno de un
auténtico diálogo y debate, que no satanice posturas ni ridiculice miradas,
independientemente de lo minoritarias o trasnochadas que éstas aparentemente
puedan parecer. Como ya hemos mencionado antes, creemos que la estructura informática
de internet y las nuevas alternativas mediáticas pueden ofrecer verdaderas
oportunidades para poder sugerir estos objetivos.
La consecuencia directa de todo lo dicho es que educar para
la participación no es algo diferente de educar en su sentido más profundo y
más arraigado en la cultura occidental, pues estamos hablando de comunicación,
valor, verdad, etc., términos que nos conducen a algunas de las dimensiones más
profundas del ser humano.
Frente al género de participación instrumental que sólo precisa
de una preparación instrumental, debemos señalar que el aprendizaje tecnológico
con ser importante no es el más trascendente. Es necesario de nuevo enfatizar en
la formación de virtudes y valores clásicos que puedan ayudar al ser humano a encarar
de forma más humanizada su relación con los nuevos medios de comunicación.
Instruir para la participación en los medios de
comunicación, es formar seres humanos sesudos, que puedan discriminarla verdad
de la mentira, lo importante de lo banal, que aprendan a diferenciar dónde tienen
que acudir y a quién en función de lo que quieran aprender. Qué hallen el valor
relativo de las opiniones y sepan enjuiciar la fiabilidad de las fuentes que
les ofrecen la información. Es también facilitar el molde de personas justas
que no monopolicen instituciones ni tiempos, que estén dispuestos siempre a escuchar
de forma crítica todos los argumentos. Es formar personas que sepan defender
sus convicciones frente al ruido que el mundo, muchas veces autócrata aunque
tenga simple forma de liberal, puede producir lo políticamente correcto. Es
formar personas dueñas de su idea, que puedan resistir lo que los antiguos clásicos
denominaban “curiositas”, vicio que por ahora está muy bien alimentado por ese
gran banquete de lo frívolo que es los medios de comunicación.
Por último, y como asistimos a un mundo donde se ha
potenciado al máximo y hasta cotas inimaginables el individualismo, es menester
recordar que formar para la participación demanda una vida comunitaria sólida.
El individuo aislado, solitario y enajenado es blanco fácil de los grupos de poder
que manejan a su antojo los hilos de la comunicación. La pertenencia a pequeñas
comunidades civiles resulta fundamental como defensa tenaz del pensamiento
crítico. Si no hay referentes próximos a los que acudir, terminaremos por ser
modelados y moldeados por los que administran sin nuestra licencia el poder.
Hay, de otro lado, un artículo de Eduardo Perero Van Hove
titulado “Participación ciudadana” en el cual aborda algunas ventajas dignas de
ser mencionadas: cambio de actitudes cotidianas y por tanto de mentalidad;
comprender lo global mediante la implicación local; obtención de información
precisa; desarrollo endógeno; mantenimiento y vigilancia. Todas estos
escenarios desencadenados por la participación contribuyen y fortalecen la
experiencia en la medida en que se genera una costumbre habitual para la
resolución de distintos problemas.
LA RADIO COMO EJE DE
PARTICIPACIÓN
La participación cada vez más activa de las audiencias
respecto de la radio ha creado todo un clima de interactividad. Y así lo
constata un estudio realizado por la Universidad de Valladolid bajo el nombre
de “Interactividad y participación en la radio”: “En la última década la revolución
tecnológica a la que hemos asistido ha supuesto multitud de aportaciones en el
campo de la comunicación, siendo una de las más importantes el uso y el
desarrollo de la interactividad. La implantación de estas nuevas herramientas
participativas en los medios y en concreto en el mundo radiofónico, han
permitido un avance significativo tanto en los métodos interactivos como en el
propio concepto de programa de radio”.
Es indudable el sentido de pertenencia que gira en torno a
la radio. Es indiscutible su llegada más próxima a un público sumamente amplio.
Susana Herrera Dama escribe lo siguiente: “Segun la presencia que el medio
tiene en la sociedad, es preciso afirmar en primer lugar que la radio goza de
una alta penetración social, temporal y espacial y de una amplia difusión
popular”. De allí su enorme cercanía con las emociones sociales. De allí su
permanente acercamiento a la ciudadanía.
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