Al ensayo publicado por el Seminario de Producción
Radiofónica, La radio como medio de
comunicación de masas[1],
es preciso señalarle un aditamento que nos parece digno de consideraciones.
Junto a esta recurrente masificación de los medios,
nace la frivolización de la cultura, que uno de nuestros grandes escritores
coetáneos, Mario Vargas Llosa, ha puesto como tema de relieve y autoriza todo
forma de discusión al respecto.
En estos tiempos de creciente masificación de los
medios y de imposición absurda de un mercado espoleado por el más burdo
entretenimiento, explorar los cimientos que ayudan a forjar un mundo
literalmente inhabitable, se ha convertido en casi un deber cívico y moral.
En el prólogo a la segunda edición de su imprescindible
libro La formación de la mentalidad
sumisa, Vicente Romano nos advierte lo siguiente:
“Esta ‘cultura de medios’ se ha convertido en la
experiencia cotidiana y en la conciencia común de la inmensa mayoría de la
población. A ella pertenecen el trato cotidiano con los medios y sus
contenidos, así como la forma de pensar y de sentir determinada por ellos, los
hábitos de leer, oír y ver, de consumo y comunicación, las modas y una buena
parte del lenguaje y de la fantasía”.[2]
De sorprendente vigencia resulta este planteamiento
que aspira a ser célebre, toda vez que nos refiere una nueva cultura engendrada
a partir de los medios, en donde éstos ya no son un mero instrumento de la
sociedad sino el eje principal en torno del cual giran los mecanismos de la
propaganda y de la publicidad como entes –si queremos llamarlos así- formadores
de una nueva conciencia.
Lo que queremos decir es que ahora asistimos a una
cultura alienada, enajenada, que es la hechura de una exitosa campaña mundial
por la banalización y de lo que esto se desprenda. Verbigracia, nos venden como
el menú informativo las últimas salidas de algún olvidable futbolista. En
resumen, que nos transmiten con el adjetivo de moderno la idea de una
ignorancia que amenaza con ser epidemia.
Las masas son homogéneas. La radio debe buscar sus diferencias. |
Se nos vende la publicidad con mensajes
subliminales, que sibilinamente nos revela que no seremos nadie si no
consumimos un determinado producto. Mediante esta sencilla y primitiva
estrategia es como nos habituamos a ver televisión, oír el hit musical del
momento, adquirir el auto del año y, en suma, ser parte minúscula de esa
alienación azarosa que nos amenaza a cada instante de nuestras vidas.
Queda claro, entonces, que los medios de
comunicación, en especial los tradicionales, contribuyen a difundir una “cultura
de masas” y son los principales auspiciadores de una frivolización generalizada
de la cultura, que, a su vez, halla su cauce en la política, las artes, la
literatura, etcétera.
El eminente escritor peruano Mario Vargas Llosa en
su último ensayo La civilización del
espectáculo[3], aborda
precisamente esta terrible crisis por la que atraviesa nuestra sociedad
contemporánea y que se agrava en la medida en que se apuesta por una filosofía
íntegra del entretenimiento. Esta singular obra ha merecido una larga lista de
comentarios y notas, por su actualidad y madurez.
Así, el filósofo Salomón Lerner Febres ha expresado
lo siguiente, en un breve artículo sobre la obra citada: “La ampliación de los
criterios de mercado a todo ámbito de las actividades humanas –y junto con ello
el culto a la personalidad, al éxito instántaneo, a la fama sin fronteras y a
la rentabilidad inmediata, ha ocasionado que el espectáculo sustituyera o
pervirtiera actividades artísticas e intelectuales que antes cifraban su
prestigio en el rigor, la novedad, la aventura y la capacidad para ahondar en
la comprensión de lo humano”[4].
Luego, el propio Vargas Llosa ha resaltado que “lo
más extraordinario, como índice del aletargamiento moral que ha resultado de
concebir el periodismo en particular, y la cultura en general, como diversión y
espectáculo, es que el paparazzi que se las arregló para llevar sus cámaras
hasta la intimidad de la señora Bolocco es considerado poco menos que un héroe
debido a su soberbia performance, que, por lo demás, no es la primera de esa
estirpe que perpetra ni será la última”.[5] Característico del humor
negro de un escritor crítico del propio sistema imperante.
Huelga decir, entonces, que los medios de
comunicación desempeñan un rol clave en este fenómeno cultural que ha echado
raíces a escala mundial y que puede tener su fuente en los deseos de alguien al
mando del sistema mundial de dominación. Es en ese derrotero, entonces, que el
periodismo se encauza hacia un horizonte de crisis que se agudizará a medida
que endiosamos la publicidad y la perversión de todos los factores que integran
una cultura. Para percibir un cambio rotundo en esta nueva ofensiva reaccionaria,
debemos eliminar progresivamente los males de los que adolecen los medios de
comunicación de hoy.
Y ahora resta preguntarnos: ¿la radio, en todo esto,
qué lugar ocupa? Como veníamos afirmando, los medios cumplen el papel de vigía
celoso del orden mundial. Salvo algunos paréntesis notorios, la radio está
contaminada por intereses ajenos al bien común de la inmensa mayoría. Pero en
todo esto, es preciso subrayar las ventajas de la radio como medio en sí frente
a los demás:
La radio puede llegar a los pueblos y disímiles
culturas, respetando las experiencias de ésta, profundizando en sus costumbres
y tradiciones. La radio posee la capacidad de masificar pero también la de
diferenciar entre los varios lugares que pueblan los cinco continentes del
planeta. Otras ventajas dignas de rescate pertenecen al aspecto práctico del
medio radial: suele ser más accesible, no demanda una honda atención, su
instalación puede ser de bajos costos, etcétera.
Citando a Albert Camus en un artículo que escribiera
hace casi cincuenta años y que ahora cobra una enorme vigencia, podemos
afirmar: “El problema no concierne a la colectividad, Concierne al individuo”[6]. Camus, con esta punzante
sentencia, nos induce a luchar por una independencia decente de cada uno de los
comunicadores, aun cuando la mayoría se encuentre al servicio de intereses
mezquinos.
Razones hay para poder cifrar nuestras esperanzas en
un nuevo norte de asistencia ciudadana y apertura de espacios de diálogos
plurales. Contrariando a lo que pretende inculcarnos este sistema, se pueden
conseguir cambios sustantivos en pro de una mejor calidad de vida para todos.
El sistema no es natural, no es inexorable y mucho menos perpetuo. Si fuera
así, no hubiésemos jamás presenciado a través de los medios a una multitud, que
se hacía llamar Los Indignados, despertar con una lucidez rebelde en contra del
orden mundial. Si aprendemos a desprendernos progresivamente de lo que nos
venden los medios de hoy, podemos concebir un mundo desnudo y tal vez un tanto
más justo.
[1]
Véase Seminario de Producción Radiofónica, La
radio como medio de comunicación de masas, 2009.
[2]
Vicente Romano, La formación de la
mentalidad sumisa. Venezuela: Ministerio del Poder Popular para la
Comunicación y la Información, 2008.
[3]
Mario Vargas Llosa, La civilización del
espectáculo. Madrid: Editorial Alfaguara, 2012.
[4] Salomón
Lerner Febres, Medios de comunicación y
cultura, La República, Año N° 31, domingo 13 de mayo de 2012.
[5]
Mario Vargas Llosa, artículo titulado “La civilización del espectáculo”,
dirigido al diario “La Nación”, 2012
[6] El
reciente artículo al que hacemos referencia, acaba de ser publicado, después de
más de media centuria de haberse escrito. En él, Camus hilvana todo un alegato
en defensa de la libertad de prensa y de informar en épocas de guerra.
Enlace de Interés: http://www.comminit.com/?q=la/category/sites/latin-america