miércoles, 16 de mayo de 2012

CULTURA, MASAS Y RADIO


Al ensayo publicado por el Seminario de Producción Radiofónica, La radio como medio de comunicación de masas[1], es preciso señalarle un aditamento que nos parece digno de consideraciones.

Junto a esta recurrente masificación de los medios, nace la frivolización de la cultura, que uno de nuestros grandes escritores coetáneos, Mario Vargas Llosa, ha puesto como tema de relieve y autoriza todo forma de discusión al respecto.

En estos tiempos de creciente masificación de los medios y de imposición absurda de un mercado espoleado por el más burdo entretenimiento, explorar los cimientos que ayudan a forjar un mundo literalmente inhabitable, se ha convertido en casi un deber cívico y moral.


En el prólogo a la segunda edición de su imprescindible libro La formación de la mentalidad sumisa, Vicente Romano nos advierte lo siguiente:

“Esta ‘cultura de medios’ se ha convertido en la experiencia cotidiana y en la conciencia común de la inmensa mayoría de la población. A ella pertenecen el trato cotidiano con los medios y sus contenidos, así como la forma de pensar y de sentir determinada por ellos, los hábitos de leer, oír y ver, de consumo y comunicación, las modas y una buena parte del lenguaje y de la fantasía”.[2]

De sorprendente vigencia resulta este planteamiento que aspira a ser célebre, toda vez que nos refiere una nueva cultura engendrada a partir de los medios, en donde éstos ya no son un mero instrumento de la sociedad sino el eje principal en torno del cual giran los mecanismos de la propaganda y de la publicidad como entes –si queremos llamarlos así- formadores de una nueva conciencia.

Lo que queremos decir es que ahora asistimos a una cultura alienada, enajenada, que es la hechura de una exitosa campaña mundial por la banalización y de lo que esto se desprenda. Verbigracia, nos venden como el menú informativo las últimas salidas de algún olvidable futbolista. En resumen, que nos transmiten con el adjetivo de moderno la idea de una ignorancia que amenaza con ser epidemia.

Las masas son homogéneas. La radio debe buscar sus diferencias.
Se nos vende la publicidad con mensajes subliminales, que sibilinamente nos revela que no seremos nadie si no consumimos un determinado producto. Mediante esta sencilla y primitiva estrategia es como nos habituamos a ver televisión, oír el hit musical del momento, adquirir el auto del año y, en suma, ser parte minúscula de esa alienación azarosa que nos amenaza a cada instante de nuestras vidas.

Queda claro, entonces, que los medios de comunicación, en especial los tradicionales, contribuyen a difundir una “cultura de masas” y son los principales auspiciadores de una frivolización generalizada de la cultura, que, a su vez, halla su cauce en la política, las artes, la literatura, etcétera.

El eminente escritor peruano Mario Vargas Llosa en su último ensayo La civilización del espectáculo[3], aborda precisamente esta terrible crisis por la que atraviesa nuestra sociedad contemporánea y que se agrava en la medida en que se apuesta por una filosofía íntegra del entretenimiento. Esta singular obra ha merecido una larga lista de comentarios y notas, por su actualidad y madurez.

Así, el filósofo Salomón Lerner Febres ha expresado lo siguiente, en un breve artículo sobre la obra citada: “La ampliación de los criterios de mercado a todo ámbito de las actividades humanas –y junto con ello el culto a la personalidad, al éxito instántaneo, a la fama sin fronteras y a la rentabilidad inmediata, ha ocasionado que el espectáculo sustituyera o pervirtiera actividades artísticas e intelectuales que antes cifraban su prestigio en el rigor, la novedad, la aventura y la capacidad para ahondar en la comprensión de lo humano”[4].

Luego, el propio Vargas Llosa ha resaltado que “lo más extraordinario, como índice del aletargamiento moral que ha resultado de concebir el periodismo en particular, y la cultura en general, como diversión y espectáculo, es que el paparazzi que se las arregló para llevar sus cámaras hasta la intimidad de la señora Bolocco es considerado poco menos que un héroe debido a su soberbia performance, que, por lo demás, no es la primera de esa estirpe que perpetra ni será la última”.[5] Característico del humor negro de un escritor crítico del propio sistema imperante.

Huelga decir, entonces, que los medios de comunicación desempeñan un rol clave en este fenómeno cultural que ha echado raíces a escala mundial y que puede tener su fuente en los deseos de alguien al mando del sistema mundial de dominación. Es en ese derrotero, entonces, que el periodismo se encauza hacia un horizonte de crisis que se agudizará a medida que endiosamos la publicidad y la perversión de todos los factores que integran una cultura. Para percibir un cambio rotundo en esta nueva ofensiva reaccionaria, debemos eliminar progresivamente los males de los que adolecen los medios de comunicación de hoy.

Y ahora resta preguntarnos: ¿la radio, en todo esto, qué lugar ocupa? Como veníamos afirmando, los medios cumplen el papel de vigía celoso del orden mundial. Salvo algunos paréntesis notorios, la radio está contaminada por intereses ajenos al bien común de la inmensa mayoría. Pero en todo esto, es preciso subrayar las ventajas de la radio como medio en sí frente a los demás:

La radio puede llegar a los pueblos y disímiles culturas, respetando las experiencias de ésta, profundizando en sus costumbres y tradiciones. La radio posee la capacidad de masificar pero también la de diferenciar entre los varios lugares que pueblan los cinco continentes del planeta. Otras ventajas dignas de rescate pertenecen al aspecto práctico del medio radial: suele ser más accesible, no demanda una honda atención, su instalación puede ser de bajos costos, etcétera.

Citando a Albert Camus en un artículo que escribiera hace casi cincuenta años y que ahora cobra una enorme vigencia, podemos afirmar: “El problema no concierne a la colectividad, Concierne al individuo”[6]. Camus, con esta punzante sentencia, nos induce a luchar por una independencia decente de cada uno de los comunicadores, aun cuando la mayoría se encuentre al servicio de intereses mezquinos.

Razones hay para poder cifrar nuestras esperanzas en un nuevo norte de asistencia ciudadana y apertura de espacios de diálogos plurales. Contrariando a lo que pretende inculcarnos este sistema, se pueden conseguir cambios sustantivos en pro de una mejor calidad de vida para todos. El sistema no es natural, no es inexorable y mucho menos perpetuo. Si fuera así, no hubiésemos jamás presenciado a través de los medios a una multitud, que se hacía llamar Los Indignados, despertar con una lucidez rebelde en contra del orden mundial. Si aprendemos a desprendernos progresivamente de lo que nos venden los medios de hoy, podemos concebir un mundo desnudo y tal vez un tanto más justo.



[1] Véase Seminario de Producción Radiofónica, La radio como medio de comunicación de masas, 2009.
[2] Vicente Romano, La formación de la mentalidad sumisa. Venezuela: Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información, 2008.
[3] Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo. Madrid: Editorial Alfaguara, 2012.
[4] Salomón Lerner Febres, Medios de comunicación y cultura, La República, Año N° 31, domingo 13 de mayo de 2012.
[5] Mario Vargas Llosa, artículo titulado “La civilización del espectáculo”, dirigido al diario “La Nación”, 2012
[6] El reciente artículo al que hacemos referencia, acaba de ser publicado, después de más de media centuria de haberse escrito. En él, Camus hilvana todo un alegato en defensa de la libertad de prensa y de informar en épocas de guerra. 

LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN: EL ETERNO MEDIADOR


Durante el desarrollo del operante conflicto socioambiental en Cajamarca, un puñado de emisoras radiales de la región, de execrables cualidades venales, aceptaron fungir de publicitarios y portavoces de la colosal campaña de relaciones públicas que la empresa minera Yanacocha se empeñó en elaborar con bríos impetuosos.

¿Es ésta la realidad descarnada a la que asistimos? Que una retahíla de irresponsables que balbucean frente a un micrófono acepten consagrarse como personajes notables en esa suerte de lupanar insidioso (donde todo se vende al mejor postor), dice mucho de nuestro periodismo de hoy.

Si nos atreviésemos a hurgar, con loable temeridad, en los anales del verdadero periodismo comprometido socialmente con los intereses de las mayorías que son excluidas, inclinaríamos la cabeza ante la vergüenza de haber callado lo que otros no callaron, hecho lo que otros no hicieron. ¿No habrá por ahí algún González Prada para que vuelva a poner las cosas en su lugar? ¿O algún Mariátegui que nos muestre con su prosa bella y estilística lo que muchos temen?

Sentimos que este texto haya derivado hacia las nostalgias de siglos pasados, pero no podemos sino entristecernos al observar a un periodismo que traicionó los ideales de los que lo hicieron grande.

Cité el caso de Cajamarca, porque es ahí donde actualmente se está desarrollando un largo conflicto que desliza la subrepticia posibilidad de un cierto favoritismo hacia la parte más acomodada: las empresas mineras.

En este ámbito tenemos a dos elementos que se agravan y se debilitan en tanto se desarrollan los múltiples conflictos: los medios de comunicación y el Estado.

En una entrevista concedida a Talleres de Comunicación, el descollante periodista César Hildebrandt manifiesta con su estilo único que lo caracteriza y hace grande: “No hay un periodismo que valga la pena sin ética social de peso. No hay éxito que merezca vivirse si no hay compromiso con la gente que sufre. Si el periodista es un ser neutro, equidistante de todo, prescindente del sufrimiento de los demás, es simplemente un talento alquilado. Es para decirlo de una vez y con toda su crudeza: un miserable”.[1]

Con esto, aceptando como válida la premisa de Hildebrandt, queremos subrayar que el periodismo, o el quehacer comunicativo en general, no puede mantenerse indiferente de una realidad particularmente injusta y no puede asimismo cultivar una relación esquinada entre los hechos y su propia independencia y pensamiento crítico.

La neutralidad, entonces, se suprime, en la medida en que el comunicador aporta mucho de sí a las informaciones. Se puede ser plural, es cierto, pero esto no equivale a dejar de hacer un analítico ejercicio de empatía con los sectores más desvalidos.

Generar espacios de diálogo es un trabajo supremo del comunicador social. A él corresponde el uso íntegro de los principios elementales de la ética de la comunicación: la veracidad, la responsabilidad social, la objetividad (en su mayor etapa factible) y la ya mencionada pluralidad.

¿Y la verdad? Este punto nos demanda una aclaración en líneas generales y para ello nos ilustra una cita breve del certero filósofo Salomón Lerner Febres: “En el dominio de los actos humanos, ahí donde se desempeña el periodista, la verdad es un bien precioso que se presenta como horizonte que nos ofrece sentido y al cual nos acercamos paulatinamente sin nunca alcanzarlo plenamente”. [2]
El valor de la objetividad dentro del ejercicio comunicacional merece también una pequeña digresión, puesto que se le atribuye un valor de mero relativismo que se nos ofrece como una escala elevada a la cual trataremos siempre de acercarnos.

Los medios de comunicación deben siempre aproximarse a la objetividad aun aceptando ese viejo proverbio que reza que “ni el lente de una cámara es totalmente objetiva”. Es menester resaltar una diferencia entre la objetividad y un término que puede ser confundido: la interpretación. Este último debe estar presente en toda información periodística, transparentándose en el contextuar todo tipo de dato dentro de cualquier género.

El más brillante periodista que actualmente posee el Perú, César Lévano nos dice: “Faltan en el Perú editores capaces de enriquecer la información de actualidad con el material televisivo de contexto, que puede ser de archivo (…) Pero sería importante que en vez de cinco minutos de calle superficial se pusieran tres y medio de calle y minuto y medio de algo más sustancial y significativo, enriquecido por el material de archivo y el comentario de contexto”.[3]

Suficiente comprensión nos la brinda este breve apartado que consideramos de particular relevancia consignar en estas líneas. Pero también merece un énfasis signar la diferencia entre la opinión y la información, dado que no debe haber una mezcla entre estas dos formas de hacer comunicación.


Esclareciendo estos puntos, continuamos con la explicación de los medios de comunicación en el marco de los conflictos sociales (entiéndase sociales como ambientales, también).

Deshonrado por la publicidad y por las características venales de múltiples periodistas y dueños de distintos medios, el quehacer comunicativo se ve presa de una debilidad galopante y de una crisis que se agrava en el día a día.

La ciudadanía dejó de tener fe en los medios. Éstos fueron serviles a causas impropias del dinero y maniataron su posibilidad de defender los derechos de cada uno de los miembros de esta sociedad (por supuesto, nos referimos a los pisoteados por el sistema).

En general, no son solo los medios de comunicación los únicos náufragos en esta tempestad apabullante: todas las instituciones –el Estado, las FF.AA., la Iglesia, las escuelas, etcétera- atraviesan por una crisis de suspicacia.

El periodismo dejó de encarnar lo que en Estados Unidos protagonizaron Carl Bernstein y Bob Woodward, lo que en Francia produjo Emile Zola[4], etcétera. La ciudadanía en general siente un abandono y una orfandad social que no presiente una solución connotativa a los problemas que los aquejan.

Ignacio Ramonet ha dicho: “Muchos ciudadanos se preguntan cómo funciona la prensa, cómo funcionan los medios de comunicación y constatan por otra parte, que el conjunto de los medios de comunicación está perdiendo credibilidad, está también desprestigiado, está también en crisis como las otras instituciones”[5].

El periodismo dejó de ser un aliado incondicional del pueblo para pasarse a las filas –y algunas veces, las hordas- de las causas del dinero. Es entonces cuando estallan los conflictos socioambientales: cuando a los agraviados se les echa lodo encima desde los medios de comunicación, los cuales a su vez están manejados al antojo del poder económico.

En cuanto al papel del Estado como actor principal en políticas de inclusión social y distribución de riquezas, éste no viene cumpliendo con su rol de regulación de las políticas de ambiente. Son muchas las veces que los recursos naturales y materias primas del Perú son saqueados, a costa de un pueblo marginado que no vislumbra posibilidades de una vida más adecuada a la condición humana.

La Constitución Política del Perú contempla en el artículo 68 lo siguiente: “El Estado está obligado a promover la conservación de la diversidad biológica y de las áreas naturales protegidas”.

De irónica aclaración resulta este artículo, ya que las circunstancias sociales le son adversas en su significación.

Gregorio Santos, durante una reciente conferencia en UNPRG.
El Estado, muchas veces, en lugar de asistir e idear programas de desarrollo para las comunidades alejadas, les despliega una serie de medidas arbitrarias que generan una divergencia con un supuesto estado de Derecho. El Estado reprime a las poblaciones, amenaza a los dirigentes y líderes comunales y corrompe en algunos casos las bases de estas comunidades.

Frente a este enorme desbarajuste causado por la contraposición diametral entre intereses, los medios de comunicación deberían ocupar el lugar de un mediador, sin desconocer, claro está, la adquisición de una posición, sin que esto suprima la capacidad de la institución de abrir espacios de diálogo y cubrir toda la escalada de información que pueda dar a conocer el hecho en todas sus dimensiones. De esta guisa y solo así, los problemas nacionales podrán apuntar a una transacción favorable para ambas partes.



[1] Reynaldo Naranjo García, Talleres de Comunicación, cuaderno 1, Lima, 1983.
[2] Salomón Lerner Febres, El papel del periodismo, La República, Año N°31, domingo 4 de marzo de 2012.
[3] César Lévano, Últimas noticias del periodismo peruano. Lecciones y perspectivas, Lima: Fondo Editorial Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2011.
[4] Como se sabe, los periodistas estadounidenses del diario Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward derrocaron al indeseable ex presidente de los Estados Unidos Richard Nixon, en el célebre caso Watergate. Para mayor amplitud de la curiosidad del lector, léase Todos los hombres del presidente. Por su parte, Emilé Zola contribuyó honorablemente al periodismo francés, al desnudar la verdad que se escondía tras el afamado caso Dreyfus.
[5] Ignacio Ramonet, Medios de comunicación, sociedad y democracia.

LA CIVILIZACIÓN Y EL LENGUAJE ORAL


En un ensayo publicado con anterioridad, hicimos una importante aclaración del papel importante de la radio en tiempos de auge televisivo.

La radio –como mencioné aquella vez- resalta el papel del mediador que va a informar del acontecimiento o circunstancia. Es totalmente necesaria su existencia. En el caso de la televisión, la idea de “ver es comprender” suprime súbitamente de lleno el papel del comunicador y, por tanto, disuelve el triángulo de la comunicación, que tiene su razón de ser en la continua complementariedad entre acontecimiento, emisor y audiencia.[1]


Asistimos “al milenio de las palabras”, como lo insinuara Gabriel García Márquez. No es de extraño proceder esta frase, teniendo en cuenta la enorme vigencia que cobra ahora la voz y sus derivados en una sociedad signada por la intempestiva irrupción de los multimedia.

El lenguaje radiofónico nos devuelve a la cultura oral. Pero es importante aclarar que él pertenece a los suburbios de la gramática y sintaxis. El proceso radiofónico depende casi en su totalidad de los discursos elaborados en los llamados marcos de interacción.

Por otro lado, este proceso de la radio demanda una honda interpretación por parte del oyente. Este debe entablar un diálogo abstracto con las formas creadas a partir de los elementos que constituyen la voz (matices, tonalidades, acentos, timbres, etcétera). Y esta misma carencia de percepción visual la que vincula a los oyentes con el emisor, el cual viene a representar una serie de posiciones dentro de un marco contextual y circunstancial. La acción de proximidad la establece el poder de la palabra hablada. De esta forma, puede establecer los linderos entre su espacio y las demás formas de comunicar.

La radio puede proponer múltiples ventajas d su humilde tribuna. Por ejemplo, ella nos llega junto con la sensación de que nos comunicamos con un “amigo” y no con una organización que puede ofrecernos una percepción más formal y, por ende, distante. Pero, por el contrario, la radio ayuda a establecer una relación directa sustentada en la mera oralidad. Pero esto, en muchos casos –y cabe advertir- puede devenir en una sutil manipulación de grupos de poder.

Por otro lado, los ejecutores del quehacer radial abren sus puertas a las voces que desean ser escuchadas. De este modo, ellos se ciñen a recibir y abordar diversas informaciones de variados sectores de la audiencia.

Aparte de embarcarse en proyectos informativos, la radio puede crear contenidos de entretenimiento, siempre que éstos sean de índole educativa y alienten la capacidad crítica y analítica del oyente. Pero merecería un ensayo aparte la degradación en la que han devenido los contenidos de entretenimiento[2].

Hay que hacer una aclaración, previamente a continuar con la exposición.
La radio comienza a cobrar vigencia con el advenimiento del siglo.

Hay una pseudodemocracia que envuelve el clima radial pero que frente al receptor no es sino la apertura de diálogos e informaciones. El que propone, decide y aborda los temas a confrontar, es el locutor y su respectivo equipo de producción; y muchas veces los productos radiales solo cumplen con satisfacer a las audiencias.

Según la evolución cronológica de la comunicación humana, las diferentes etapas por las que tuvo que transitar el ser humano para comunicarse, fueron, en el siguiente orden, el movimiento, los gestos, los gritos y la articulación del lenguaje oral.[3] Esta última etapa por la que atraviesa la humanidad cobra un enorme poderío traducida en la colosal fortaleza que posee la radio como medio de comunicación. Solo es preciso que muchos sepan dirigir el timonel de la historia en pos de un rumbo donde el lenguaje sonoro sea una delos componentes fundamentales de la civilización.


[1] Véase Javier Sarmiento Benites, Radio educativa: desafíos, 2012
[2] Ver mi ensayo Cultura, masas y radio.
[3] Hay que consignar los recursos calificados, los cuales fueron estudiados por diversos teóricos como Daniel Bell, Jean Clouthier y Marshall McLuhan.

Enlace de Interés: http://www.unav.es/fcom/comunicacionysociedad/es/

LA CADENA RADIAL


En el quehacer radial se definen básicamente tres campos, que si bien no pueden ocupar terrenos aislados o separados, los abordaremos teóricamente de forma independiente.

Producción, investigación y capacitación y enseñanza son los tres esquemas que deben caber en el proceso para hacer radio. Estas tres áreas que confluyen en el proceso comunicativo radial, deben mantenerse entrelazados, ocupando eslabones inseparables de una misma cadena. Un ejemplo claro nos la muestra la creciente congregación que se ha llevado a cabo dentro de diferentes espacios concernientes al trabajo radial. Así, por ejemplo, se han reunido disc jockeys, especialistas en temas de promoción y desarrollo, locutores, personas que se desenvuelven en el ámbito de la producción y demás allegados al trabajo comunicativo.

En el plano de la investigación, constatamos que esta no debe tener lugar previa ni posteriormente al lanzamiento de productos radiales, sino que debe desarrollarse a lo largo de todo el proceso radial. Es necesario conocer a las audiencias, estudiar sus hábitos y gustos, analizar el marco del concepto y lenguaje radial y, también, examinar la competencia. Precisamos esclarecer que la investigación debe realizarse dentro del ingente y vasto terreno de la construcción de mensajes masivos.

Dentro del terreno de la investigación, distinguimos tres aspectos que guardan un rol complementario y recíproco: la investigación para la producción; la investigación-evaluación; el análisis de las programaciones y la investigación de los públicos y las audiencias.

La investigación para producir supone crear productos comunicativos en función a las audiencias y competencias estudiadas. Es menester llevar a cabo un estudio de reconocimiento de la radio como medio de comunicación, lo cual equivale a conocer también los temas vinculados al mantenimiento de la radio y su respectiva gestión empresarial.

En la investigación-evaluación se nos presentan dos interrogantes a las que debemos encarar: el qué evaluar y el cómo evaluar. Se debe definir con precisión si se va a evaluar al público, al producto, a la competencia, etcétera. En el cómo evaluar, por su parte, se nos ofrece una amplia gama de datos a los que debemos ordenar, sistematizar y priorizar. Todo un proceso en el que se conceptúa a la investigación-evaluación.

Para analizar la programación conviene hacer un examen de las variadas programaciones que lanzan al aire en la cotidianeidad distintas emisoras radiales. Esto servirá al momento de crear un producto comunicativo que sea idóneo y cumpla con las rigurosas expectativas para enfrentar las diversas programaciones.

Durante la investigación de los públicos o las audiencias hay que llevar a cabo los famosos estudios de mercado, para asimilar los disímiles gustos y preferencias de las gentes (seas de comunidades campesinas o de origen citadino). Hay que segmentar previamente al estudio de las audiencias los diversos sectores de ellas.

Luego, en el plano de la producción entran a tallar los más mínimos detalles que se involucran en el proceso radial, entre ellos la emisión, la salida al aire, la estabilidad emocional, la pre-producción, las pruebas de cabina y los demás aspectos técnicos.

En los centros de enseñanza, los alumnos solo se interesan por los aspectos técnicos.
En el aspecto educativo de enseñanza y capacitación asistimos a un profundo obstáculo en el quehacer radial. A los estudiantes muchas veces se les enseña y alecciona en función al equipo técnico que deben emplear. Debe conseguirse integrar toda una propuesta comunicativa que trascienda lejanamente los fines comerciales. Solo as se puede hablar de una genuina radiodifusión.

En el Perú se acrecienta, prolifera y abunda todo tipo de radio. A los alumnos, desde la tribuna docente, hay que inculcarles la aventura de escapar del carácter sedentario y explorar otras frecuencias. Hay que realizar, como se dice, un “paseo antropológico” para conocer, en plan de profesionales de la comunicación, el medio en el que se trabaja.

Los tres esquemas totalmente penetrables que se exponen en este breve ensayo pertenecen al proceso radial que todo comunicador debe poner en praxis, dentro de la especialidad radial.


Enlace de interés: http://www.academiadelaradio.es/