viernes, 27 de abril de 2012

EL FATALISMO DE LA RADIO LAMBAYECANA

La preocupación de la radio regional lambayecana se circunscribe fundamentalmente a dos lastres permanentes: la ínfima educación de los radialistas y la voraz comercialización al acecho del individuo.
En primer término, esta terrible tara de la carencia de educación en el medio radial es traducida en términos de voces populistas que vitorean y casi siempre se desgañitan vociferando propuestas y verdades contestables. La justificación irracional que ofrecen los mismos locutores a esta forma primitiva de actuar es el denominado “lenguaje del pueblo”. Nos hablan como el pueblo –arguyen-. ¿A qué conduce esto? A dos finales lúgubres: el desconcierto de las gentes y su consiguiente manipulación.
Parece ser que esta consigna sustentada en el ahondar a fondo en el creciente empobrecimiento educativo está profundamente arraigada en el sentir y pensar de la sociedad. De ahí que los radioescuchas terminan envueltos por una atmósfera gris de acostumbramiento. Es decir, acaban adaptándose a un determinado consumo de información degradada y muchas veces inservible. Este hecho se desarrolla también sin tregua en la televisión, pero ahora nos ceñimos puramente a las radios.
De resultas, entonces, de este primer punto anotamos su consiguiente corolario: la manipulación ideológica, económica y social del individuo, al que se le impone imperiosamente grandes estancos a su libertad y se le es conculcado el derecho soberano de pensar, de reflexionar y de asumir una postura plenamente crítica. Recuerden lo que Sartre decía: “el orden establecido promueve la estupidez”.
La existencia de la radio se ve amenazada.
Factores nos ajenos y, al contrario, estrechamente vinculados a este inexpugnable fenómeno radiofónico, se deben a los intereses políticos que asumen ciertos radialistas, lejanos totalmente a todo compromiso social. El poder político termina devorándolos con su colosal maquinaria monetaria.
Pocos ejecutores de la función radial asoman con timidez en el medio. Son pocos pero son, podríamos decir, parafraseando a Vallejo, no obstante la promesa de una radio acorde a paradigmas sociales de cambios significativos, se nos presenta como un horizonte cada vez más inalcanzable y remoto.
A esto parece apuntar la situación de la radio actual en la región: a una deplorable actuación, en la que terminarán por verse asfixiados, si no enfrascados, los radialistas ideales y requeridos.
La radio está, entonces, en vísperas de finalizar su función sin haberla cumplido a carta cabal. Morirá, como se dice, antes de nacer.

miércoles, 18 de abril de 2012

LA RADIO POPULAR Y SU EXTENSIÓN LOCAL Y GLOBAL


Hace aproximadamente cincuenta años que comenzaron a sucederse una serie de cambios vertiginosos, a los cuales nos tuvimos y, definitivamente, nos tenemos que adaptar ─puesto que el proceso continúa en desarrollo─. Una sentenciaun poco aventurada de Mcluhan podría definir una paradoja peculiar de estos acontecimientos: “los nuevos cambios nos obligan a mirar al futuro a través de un espejo retrovisor”.

La inclusiòn social como condiciòn inherente a la radiodifusiòn.
Es a partir de este analítico escrutinio mcluhiano de la sociedad de los cambios frenéticos, pudiendo resultar polémico si lo analizamos desde múltiples perspectivas, que nos formulamos una reflexión crítica: ¿Hemos progresado como sociedad? Esta interrogante lacónica y pertinente nos insinúa un amplio complejo que parte desde el aspecto económico y el discurso del neoliberalismo (con todo su armamento acerca de una supuesta “Era de la Información”, un mundo globalizado y una serie de principios que caracterizan a un mundo singularmente unipolar) hasta la problemática que gira en torno a los medios de la comunicación y su impacto en la sociedad contemporánea.


El breve preludio que anotamos en este ensayo nos recuerda de manera automática que asistimos a una tercera revolución industrial, una revolución que no se aplica únicamente a las innovaciones a la vanguardia en tecnología, sino que se traduce también en “un cambio rotundo en nuestra manera de producir y de consumir”, como lo precisa el historiador François Caron. El actual modelo rector de un mundo homogéneo, nos “vende” las ideas del libre mercado, la competencia (que supone nada menos que la concepción darwiniana de la “supervivencia del más apto”) y la privatización, cimientos sobre los que se sostiene el neoliberalismo y su hegemonía cultural[1].

Dentro de esta fase moderna por la que atraviesa la historia, presenciamos un escenario totalmente distinto al que se preveía hace medio siglo. La definición de la “aldea global” nos resulta plenamente discutible, en tanto se les impugna a la globalización y a su progenitor el neoliberalismo, ser las fuentes principales en el distanciamiento recurrente de culturas relativamente alejadas desde el punto de vista geográfico y la noción del individualismo ya oficializado como significado de progreso y éxito. En otras palabras, las “autopistas” de la comunicación nos mantienen a la deriva, sin un capitán que trace un derrotero que nos conduzca hacia las posibilidades de una intercomunicación a nivel global.

En este escenario, particularmente dominado por los medios de comunicación[2], esencialmente por la televisión, abrimos la discusión sobre un factible retorno de la radio como medio de unión y conexión global.

En esta cultura altamente visualizada como mencionamos anteriormente, la radio ha ido recobrando un poder galopante que le fue recortada durante los años setenta, cuando la televisión y su advenimiento cautivaron una enorme audiencia e iluminaron los escenarios mediático, político, económico y social con un resplandor casi enceguecedor[3].

Fue precisamente en la década de los setenta que hizo su aparición la radio popular, en una atmósfera de continuas luchas sociales, de buscas por un estado presente, de propuestas de reformas sociales, de un anhelo de inclusión por parte de las muchedumbres excluidas, cuyos derechos fueron constantemente conculcados sin que exista un defensor de aquel ciudadano de a pie víctima de sus propios “representantes”. En este contexto nace la radio popular, acompañada de una apuesta por las organizaciones sindicalistas y los movimientos populares, abriéndoles un lugar para expresarse y para incitar al poder político imperante un debate en pos de mejoras en la calidad de vida de todos y cada uno de los individuos.

Asimismo, la radio comienza a hacer sentir su presencia como medio que refuerza los valores democráticos de la pluralidad, la tolerancia, la veracidad y la responsabilidad social.

Se concibe entonces una radio abierta a los ideales de una minoría excluida y condenada a una orfandad social, que busca resurgir como población y que abriga la esperanza de algo que en antropología se denomina un sentido de pertenencia.

La radio entonces reduce la brecha, alienta las causas justas ─cómo olvidar los episodios heroicos en que la radio actuó como un verdadero paladín justiciero. Por ejemplo, el respaldo de Radio Progreso, en Honduras, a las organizaciones sociales que perseguían cambios significativos propios de una democracia; o cómo olvidar la actitud lúcida de la emisora Pío XII, en Bolivia, cuyas acciones y permanente compromiso social a favor de los mineros, se ganó el odio virulento de los militares─, reconcilia al Estado con los desvalidos, abre espacios de diálogo y discusión como iniciativa a un consenso general que reconozca a las mayorías desamparadas como miembros de un estado, integra, en fin, haciendo uso de sus instrumentos éticos, a la población en un conjunto vigoroso y democrático.

Utilizando los engranajes de la tecnología de esta “globalización”, traducida en cambios y más cambios, la radio popular busca arraigar en el seno de la sociedad y llevar a la praxis los planteamientos ya señalados. De esta guisa, las radios populares buscarán generar propuestas revolucionarias ─en el sentido de una mejor apuesta por la cultura democrática─ a nivel local, para, a corto o mediano plazo, ir vinculándose a través de las redes con emisoras nacionales y globales que posean ideales análogos y propuestas compatibles.

"Micròfonos abiertos": permanente bùsqueda del consenso general.
De resultas, entonces, de esta función de las radios populares, se podrá conseguir ese prurito general de concertación nacional, una verdadera transformación que le devuelva al hombre sus condiciones dignas y sus oportunidades arrebatadas. Una tentativa bien estructurada podría conducir esta propuesta a un horizonte exitoso y a un porvenir bien garantizado.


[1]Antonio Gramsci, pensador marxista, fue el primero en proponer el concepto de hegemonía cultural, para explicar la estrategia que radica en ocupar y adiestrar la mente de cada individuo.
[2] La importancia concedida a los medios de comunicación han llevado a diversos sociólogos a afirmar que el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial no son más los tres poderes que rigen el planeta entero, sino que ahora han pasado a dominar todos los estados el poder económico, el poder mediático y el poder político, en este orden. Cuando se logran manejar los dos primeros continúan los estudiosos el poder político viene a ser una simple formalidad.
[3]Para un mayor enfoque en el impacto de la televisión frente a la radio, léase La radio popular en el Perú por Juan Gargurevich. Asociación Peruana de Investigadores de la Comunicación (APEIC), 1988.

UN SINCRETISMO EN PRO DE LA VIGENCIA RADIOFÓNICA

Rudolf Arnheim: la estètica de la radio.
En 1938, el célebre director Orson Welles dirigió un serial radiofónico sobre la novela que escribiera Herbert George Wells, La guerra de los mundos, en la que recreaba la invasión de la Tierra a manos de unos marcianos espantosos. El serial estuvo tan bien dirigido que medio país creyó que los episodios difundidos en la emisora de la CBS, eran parte de una realidad terrorífica. El resultado, entonces, fue claro: la radio era capaz de alborotar el mundo con la sola difusión de sonidos y un buen manejo de sus herramientas radiofónicas.

Similares experiencias a través de los años signaron a la radiodifusión como medio. Ejemplos abundan, como el uso de la radio como vehículo para el adoctrinamiento ideológico durante el Tercer Reich; o aquella revolución bolchevique que se expandió hasta los medios, a fin de atraer más adictos que aprobaran el nuevo orden establecido[1].

Antes de la llegada de la televisión, la radio era el medio más eficaz. “La Segunda Guerra Mundial afirmó la popularidad y poder de difusión de la radio pues era el mejor modo de seguir cotidianamente las incidencias de la dramática confrontación. Y fue también la época de afinamiento de las técnicas de propaganda, etc, todo lo cual redundaría en beneficio de las técnicas de producción, programación y convirtiendo finalmente al receptor de radio en miembro formal del hogar”, ha escrito Juan Gargurevich, refiriéndose al posicionamiento de la radio en el Perú[2].

Casi contemporáneamente a estos ejemplos comienzan a realizarse una serie de estudios sobre la radio, en países occidentales, que, a grandes rasgos, confluyen en dos posturas muy conocidas: la concepción sociológica de Paul Lazarsfeld y la posición puramente estética de Rudolf Arnheim.

LAZARSFELD: LA SEGMENTACIÓN EN LA AUDIENCIA

A no dudarlo, los estudios basados en criterios sociológicos de Lazarsfeld son las que podrían predominar hasta ahora, en tanto que hoy por hoy la radio es generalmente utilizada con fines comerciales, acentuando el carácter servil de los demás medios tradicionales, los mismos que no obedecen sino a los paradigmas de un orden capitalista (neoliberal).

Paul Lazarsfeld, contrariamente a los que lo precedieron en el estudio de los medios, elaboró todo un trabajo empírico que lo condujo a establecer una relación existente entre la formación de la audiencia y las influencias de la radio. A través de múltiples encuestas de opinión, logró visualizar los hábitos y costumbres y formas de consumir de una audiencia, la cual no es jamás ─dijo─ “homogénea”, como se le había atribuido como característicaen anteriores estudios.

Lazarsfeld fundamentalmente propone básicamente una suerte de segmentación de mercado, en la que residen diversos sectores y clases que se diferenciaban por sus costumbres. Estos análisis de la audiencia les permitieron a los propagandistas y publicistas una mejor definición de una audiencia consumidora.

Los resultados de los continuos estudios de Lazarsfeld repercutieron en la radio, a cuyos efectos se le reconocieron una importancia social y una participación en el mercado como sostén indirecto de las inversiones publicitarias.

EL ESTETICISMO COMO FUNDAMENTO RADIAL

El otro enfoque, no diametralmente opuesto del de Lazarsfeld, lo sostiene Rudolf Arnheim, al que se le atribuye serel artífice de la búsqueda de una postura hermenéutica-culturalista[3]. La tradición arnheimiana subraya la estrecha relación entre los términos “cultura” y “sonido”. Situando, entonces, a la radiodifusión dentro de un terreno enteramente artístico, Arnheim la estudia precisamente como la posibilidad no remota de ser un eje transmisor de belleza y de cultura: “Tan solo hay dos artes que escapan a la vista y que están destinadas únicamente al oído: la música y la radio"[4].

Con estos lineamientos esteticistas, Arnheim propone a la radio no solo como un medio de índole social o como un instrumento en las luchas populares, sino se refiere a ella como un medio en el que se fomenten las creaciones artísticas y se promueva un desarrollo amplio en la escena cultural contemporánea.

El medio ciego ─como solía llamar a la radio, por carecer de las ventajas visuales─ abarca ─desde esta perspectiva esteticista─ la arqueología del receptor de radio, la etnografía de la comunicación, la antropología del sonido, la etnomusicología, la semiótica de la radio y la antropología de la recepción radial[5].

HACIA UN SINCRETISMO: LOS RADIO STUDIES

Ambas reflexiones, en todo caso, nos conducen de inmediato a una definición antropológica de la radio, en la medida en que ésta permita acercarse a su audiencia, como en el caso de las radios populares, y toda vez que aquella propicie escenarios de discusión. Simultáneamente, la calidad artística de la radio reforzará la asociación, antes señalada, cultura-sonido.

Marshall McLuhan dijo alguna vez que la radio es: “la prolongación de nuestro sistema nervioso central, a la que solo iguala el habla humana y que ella nos fusiona con su poder de convertir a la psique y a la sociedad en una sola caja de resonancia”.

El vibrante planteamiento de McLuhan alude a una importancia tristemente olvidada por las mismas radios educativas y populares. Mucho énfasis en “…solo igual el habla humana”. La comparación tiene una envergadura poderosa en el ámbito de los medios de comunicación, puesto que no hay arma más poderosa que la palabra humana, la cual, a su vez, simboliza la razón bien expuesta.

(He acudido a la anterior breve digresión a fin de recalcar lo que de alguna manera hemos confinado a las arcas más lejanas del olvido, dejando entrever la posibilidad de una tentativa de devolver, aunque sea teóricamente desde esta humilde tribuna, su poder vigente a la radio).

La televisiòn no promueve la reflexiòn en el individuo comùn.
Precisamente, es en pro de un sincretismo sociológico- antropológico, la necesidad de los radio estudies, entre cuya vasta temática se transmitan noticias, radioteatros, programas deportivos, ediciones culturales, etc, que busquen definir una concepción antropológica de la radio.

Cultura y sonido son, pues, los dos grandes pilares de cualquier buena radio.


[1] Hay una experiencia peculiar que enfatiza la trascendencia de la radio como medio. Durante el establecimiento del flamante orden bolchevique, un hombre que decidió apostar por la radio,  Alexándrovich, se le acercó a Lenin para pedirle su apoyo, a lo que Lenin le mostró su “simpatía con motivo de la gran labor que está llevando a cabo en relación con los inventos de radio. Ese periódico sin papel y ‘sin distancias’ que está creando será algo grandiosos. Para esta labor y otras parecidas le prometo toda la cooperación en todos los aspectos”. Tomado de Juan Gargurevich, La Peruvian Broadcasting Co. Historia de la Radio. Lima: Editorial La Voz, 1995.
[2] Gargurevich Juan, La radio popular en el Perú, Asociación Peruana de Investigadores de la Comunicación (APEIC), 1988.
[3] Véase Paredes Quintana Ricardo, Investigación multidisciplinaria. Voces en el aire, apuntes para conocer la radio.

[4] Arnheim Rudolf, Estética radiofónica, 1933.
[5] Revísese Investigación multidisciplinaria. Voces en el aire, apuntes para conocer la radio. Ricardo Paredes Quintana, Programa de Doctorado en Historia, Universidad de Chile.

RADIO EDUCATIVA: DESAFÍOS

El mundo se ha reído siempre de sus propias tragedias,
como único medio de soportarlas.
(Oscar Wilde)

Quizás la sociedad actual le ofrezca a la radio educativa una serie de circunstancias adversas, que aún no vislumbran una solución promisoria. Ya no es solo la televisión su competencia implacable, sino la misma radio, pero esta vez parapetada tras un puñado de intereses comerciales.

La radio educativa fomenta una creatividad armoniosa.
Un ambiente casi viciado rodea a la radio educativa y amenaza casi su existencia. Desde el punto de vista histórico, la radio ha podido subsistir gracias a las elecciones de su audiencia, aun no bombardeada con mensajes y contenidos apabullantes. En los noventa recién encuentra su génesis el problema.

Pero el que una radio educativa emita mensajes publicitarios no está mal, aunque el imaginario común suponga lo contrario. Es más: resulta totalmente necesario. Porque, de lo contrario, ¿cómo se sostendría una radio educativa, por más audiencia que tenga? ¿Dónde hallaría su financiamiento? Si nos dejamos atraer por vanas ilusiones en lo que respecta a su audiencia, es seguro que seremos confinados al rincón del olvido. Nuestra permanencia, entonces, habrá sido fugaz.

Anotamos el anterior preludio, por una simple cuestión de funciones. La radio educativa debe perseguir sus metas sin ánimos de lucro y de competencia. La alternativa mediática que nos propone ella responde a un conjunto de fines de carácter enteramente social. Las emisoras educativas y comunitarias tienen en su poder el brindar información a poblaciones desorientadas, que estén a la deriva. Tiene, asimismo, como norte al que hay que divisar cada vez más cerca, que educarlas dentro de un marco de una reforma total. Es, en este caso, así como la radio educativa se vincula íntimamente a las emisoras populares.

En la actualidad, la radio está asistiendo a sus propias ceremonias mortuorias. El público, tal vez, seamos la que la acompañemos en un cortejo lento. Las diversas incursiones tecnológicas que se han sucedido a la velocidad del vértigo,  hicieron trepidar los cimientos de la radiodifusión y la obligaron a naufragar en un mar en que se debatían sus fines comerciales y su naturaleza social. Lo que pretendemos decir , con esta alusión más o menos irónica, es que la radio, hace aproximadamente veinte años, ha venido sufriendo un cambio rotundo, un considerable declive, en su razón de ser, tanto así que podemos anunciar oficialmente que el divorcio entre la sociedad y la radio ─aquel binomio portentoso─ está en proceso.

No es nuestro deseo asumir un papel de puro observador fatalista. Por el contrario, creemos en un cambio factible, hacia mejoras significativas, que repercutan en diversos campos como la cultura, políticas nueva (traducidas en términos de inclusión social y desarrollo), condiciones aseguradas en el ámbito educativo y laboral, etc. En suma, proponemos desde esta posta que las radios educativas encaucen a las poblaciones marginadas y olvidadas hacia un porvenir enriquecedor.

¿Cómo conseguir que la radio se posicione como un medio de futuro empoderamiento? ¿Cómo sugerirle a la gente llana que la radio no es simple voz, sino explicación? En la televisión, aquel medio fementido, nuestras esperanzas cifradas fueron desairadas. Por lo menos no es fiable su estado actual. La radio nos reitera el triángulo de la comunicación que reside en los elementos del acontecimiento, el receptor y el mediador. Mientras que la televisión lo elimina progresivamente, la radio refuerza este triángulo[1].
Por otro lado, la radio posee la enorme ventaja de la creatividad, de la que adolece tristemente el medio televisivo. El oír un breve discurso nos incita a su percepción, su penetración y su reflexión. La radio no nos abstrae del mundo, como lo hace la televisión. Ésta, al obligar a mantener los ojos clavados en una caja parlante, nos incita a la “animalización”, puesto que la sola mirada nos hace meros espectadores, hipnotizados, como monos aprendices. La radio podría ser acaso la “extensión”, como la llamara McLuhan, más similar a el hábito de la lectura.


De ahí la importancia vigente de la radio. La radio no muere, la radio enferma, por decirlo de algún modo.

Una gran equivocación se le atribuye a la radio educativa. Se la cree solo un medio de transmisión de cultura. Craso error es esta estereotipia común. La radio educativa va más allá del conocimiento, busca la integración del hombre a su medio en que subsiste cotidianamente. Mario Kaplún  la define como “las emisiones que procuran la transmisión de valores, la promoción humana, el desarrollo integral de hombre y de la comunidad; las que se proponen elevar el nivel de conciencia, estimular la reflexión (…)”[3].

La invasiòn de la comercializaciòn: un desafìo constante
Las radios, sin precisar su categoría, son capaces de informar con responsabilidad y empoderar a las personas. Darles poder no es sólo abrir las llamadas para que los escuchen medio país. Empoderarlas supone permitirles el diálogo, formular propuestas sesgadas a sus intereses sociales. Empoderar es darle la prerrogativa a la que solo tenían acceso las clases dominantes (léase, los ricos) y de la que gozan los cuarteles televisivos con su enorme carga de distracción, de “compensación de déficits emocionales”, como la describe Vicente Romano.

¿Cuál es la propuesta entonces de la radio educativa? La respuesta es acaso ociosa: empoderar.


[1]La televisión suprime el papel del mediador, que es el comunicador que nos va a informar y explicar el acontecimiento. El nuevo ensayo que nos insinúa la televisión es la consigna absurda de “ver es comprender”. Al ver los acontecimientos en tiempo real a través de la televisión, automáticamente el informador se elimina a sí mismo en la medida en que no explica el acontecimiento en proceso. Entonces, el falso slogan acerca del cual “ver es comprender” se oficializa como medio de información. La ventaja de la radio es que hay alguien que nos informe y explique acerca de los hechos. La radio refuerza este triángulo comunicativo.

[2] Alan Trutat y otros, V Semana Internacional de estudios sobre la radio, RNE y UER, Málaga, 2009.
[3]Mario Kaplún, 1994.

EL PODER DE LA RADIO


U
na encuesta realizada por Ad-Rem, en el 2011, a solicitud del Consejo Consultivo de Radio y Televisión, en 14 ciudades del Perú (Lima y Callao, Arequipa, Cajamarca, Chiclayo, Chimbote, Cusco, Huancayo, Huaraz, Iquitos, Piura, Pucallpa, Puno, Tacna y Trujillo) y con un diseño muestral de 7,167 personas, reveló lo siguiente: el 99% de los peruanos tienen un televisor en sus casas (incluso por encima de la cocina) y un 95% posee al menos una radio en su hogar. Asimismo, reveló también que el medio más consumido por los hogares peruanos es el televisor, a excepción de un solitario Puno, en el que se opta por la radio.[1]

Un discurso totalmente significatvo tiene un profunda repercusiòn.
Claro, no frunciremos la frente, extrañados, ante estos resultados inequívocos. Lo que hoy vemos es una invasión televisiva, en la que la radio ha pasado a  tomar un papel secundario y nimio, y la que solo es vista como un medio para mantenernos al tanto de los nuevos hits musicales. En términos más coloquiales, puro entretenimiento.

Hemos hablado de la radio a nivel general. Si nos ceñimos a la vigencia de las radios populares ─si es que hubiera una encuesta realizada a nuestra disposición─, los resultados serían tal vez más penosos, no solo en función a su audiencia, sino a su vigencia como instrumento de democracia.

La propuesta que trataremos de insinuar en las siguientes líneas tiene su germen en los estudios de tres poderes que poseen, y ahí está la historia para darnos la razón, las radios populares: el poder saber, el poder hablar y el poder ser y actuar.[2]

No es ninguna novedad sorprendente que el mercado, esa atmósfera saturada del más mefítico hedor capitalista, pretenda convertirnos en ápices sumisos de él. Nos preparan para la competitividad, nos educan con dogmas neoliberales, como ya lo ha expuesto con acierto el educador peruano Walter Peñaloza[3].

Con el mismo fin los poderes políticos desarrollaron una serie de programas educativos para “asistir” al indígena y al campesino, apoyándose en múltiples recursos tecnológicos, los cuales pertenecían también al dominio de las minorías privilegiadas[4]. El poder político trató de manipular al individuo, de hacerle creer que el sistema no se había olvidado de él. Todo parecía ir bien.

Es entonces cuando las radios populares arremeten contra este sistema singularmente injusto y abren una propuesta para educar e informar, al unísono, al hombre común. Rescatan sus costumbres, sus experiencias en el quehacer cotidiano, sus tradiciones, sus formas de organización social, sus expresiones autóctonas, y complementan este oficio con la elaboración de informaciones adecuadas para el desarrollo paulatino de las poblaciones indígenas, tanto para brindar conocimientos técnicos y científicos como para resolver los problemas que surgen en su realidad cotidiana.

Generando una opción, una alternativa, frente a un dominio mediático, el cual tiene su máxima expresión en la televisión, la radio popular le objeta a los poderes rectores su doblez oficializada en la divergencia entre los derechos constitucionales y el desdén hacia éstos manifestados en la praxis.

De este modo, el contrapoder requerido no reside solo en designios quiméricos, sino que franquea las fronteras de lo teórico para comprometerse formalmente con los intereses de los desprotegidos, convirtiéndose en un promotor de su modus vivendis. He aquí el poder saber y, sobretodo, conocer.

Mediante los medios creemos estar al tanto de las noticias locales, regionales o nacionales. Suponemos ─subrayo este término─ que el menú informativo que nos ofrecen a diario va acorde con las nociones elementales de la veracidad y la objetividad. Lo cierto es que si creemos tal cosas bien estamos fuera de nuestros cabales o bien nos hace falta un poco más de verdadera información acerca de la credibilidad de los medios.

Un claro ejemplo nos lo muestra el desaforado caso en Conga, que todos conocemos, aquí mismo, en Perú, donde un puñado de emisoras, de cualidades venales, ha sido comprado por la empresa minera para tratar de disuadir a las comunidades campesinas de que la minería les traerá más progreso, generará más crecimiento, más “PBI”. Claro, PBI adopta aquí la acepción correspondiente a crecimiento.

Y si nos preguntamos lo siguiente: ¿Alguien se enteró de la Marcha por el Agua, similar a la que tuvo lugar en Conga, en Guatemala? ¿Y qué nos dicen de la de Ecuador? Ambas movilizaciones tuvieron como referentes al Perú, sin embargo los medios nos ofrecieron notas que les parecieron más importantes[5].

La carencia de una radio popular provoca un distanciamiento, acaso deliberado, entre el poder político y las demandas de una población relativamente insatisfecha. Por el contrario, la existencia de una radio popular, que aspire a poner orden en el caos, abrirá espacios de diálogo y buscará consensos. Promoverá asimismo, la expresión de “los sin voz”, dotará de expresión oral a los apartados de la sociedad, a los personajes mutilados de voz por el orden capitalista.

La importancia de una expresión constante de las víctimas de la opresión política y social, de los que cargan a cuestas con el yugo de la impotencia, radica en que, mediante la sola articulación de mensajes significativos, permitirá abrir lugares de diálogos plurales, que inviten a discusión y debate nuevas propuestas y reformas sustentadas en el bien mutuo de los intereses de cada una de las partes. He aquí el poder hablar.

Hace treinta años, en pleno auge y popularidad de las radios populares ─se permite la redundancia─, comenzaron a aparecer pequeños grupúsculos que reunían propuestas afines a mejoras en la vida de las comunidades campesinas e indígenas. Estas pequeñas chispas lograrían encenderse en casi un planeta que no solo busca sino propone nuevas formas, nuevas alternativas, para un mundo mejor y, digamos, habitable.

La radio popular, en este escenario, empezó a moverse de la forma ya expuesta en las líneas anteriores. Simultáneamente a este concurso a los miembros que exigían cambios totales, las radios populares incursionaron como protagonistas activos e intensos en estas luchas sociales. Lograron conocer, entonces, la intolerancia e intransigencia de ambas partes que pululaban en el terreno político y social. Supieron de la cara de las derrotas y victorias. Conocieron las represiones y las trabas a las exhaustivas luchas populares. Pero, gracias a éstos, se consolidaron como contrapoderes frente a la fragilidad de las instituciones, que, en su caída, eran capaces de arrastrar la vida de la minoría anhelante; se mantuvieron firmes en sus ideales de índole social. En suma, que el ímprobotrasiego en el campo político les permitió recoger experiencias inapreciables y alimentó la permanente necesidad de un cambio significativo.

Ahora bien, vamos a tocar un punto que me parece digno de observación e imprescindible para el estudio de la sociedad contemporánea y su relación cercana con los medios.

Una enorme contradicción parece ceñirse sobre el orden actual, sustentada en la relación directamente proporcional existente entre los movimientos sociales y la comercialización galopante de las radios.

¿Quién ahora no sintoniza el estreno musical de moda mientras en el país se alzan cada vez más movimientos populares? Remontándonos de inmediato a los años setenta, asistimos a pequeños grupúsculos que visionan nuevas formas, nuevos modelos de sistema social, en donde la distribución de riquezas sea equitativa, en donde la inclusión social sea una realidad y no simples términos manidos a cada instante. Al mismo tiempo, mientras estos movimientos minúsculos se desarrollaban con bríos, las radios populares se afirmaban como instrumentos para el diálogo, se extendían como reguero de pólvora, compartiendo los ideales de los más desprotegidos y ayudándolos a alzar su voz de protesta.

La contradicción reside en que hoy nos hemos acostumbrado a las radios comerciales, en tanto que los antiguos grupos pequeños sociales se han fortificado y robustecido. Éste sea, tal vez, un enorme desafío que se le atraviesa en el camino a las radios populares. Cómo abrirse espacio en estos momentos críticos, en que el individuo se encuentra, si no desinformado, sobrecargado de información que le es imposible de manejar y condicionarla a sus experiencias, para digerirla.

Teniendo bien en claro éste desafío, las radios populares deben proyectarse hacia un futuro cercano, deben madurar sus planes de antaño. Observamos la cesión de algunas emisoras a la presión del poder y el mercado. Las vemos decaer y olvidar sus pretensiones sociales.


La  distorsiòn del objetivo radial asoma como una amenaza fatalista

Pero este no es un problema que tengamos que achacárselo únicamente a la radiodifusión popular. En lo que a nosotros hace, es nuestro deber alentar los ánimos de las emisoras, en pro de nuevas reformas sociales, que obedezcan a valores como la solidaridad y la justicia. Solo así, unidos siempre, podremos enfrascarnos en este proyecto real, encarando el futuro, para ayudar a un verdadero desarrollo completo. Porque, al fin y al cabo, la comunicación no es sino el gran desarrollo, en todo el sentido de la palabra.



[1] Entre otras cosas, la encuesta reveló que el consumo de la televisión es más frecuente en Chiclayo de lunes a viernes con un índice porcentual de 100%.
[2] Véase La construcción de poderes desde las radios populares: nuevos desafíos político-comunicativos.
[3] Walter Peñaloza, Los propósitos de la educación, Lima: Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos, 2003.

[4] Revísese Felipe de J. Pérez Cruz, El debate sobre el conocimiento, Revista “Docencia”, n° 13, mayo, 2005.
[5]Las comunidades campesinas, por cierto, no han podido ser persuadidas, puesto que ellas están en permanente contacto con la realidad descarnada. Esta es la diferencia del efecto de los medios en los ciudadanos de zonas distantes del problema. Datos extraidos del semanario “Hildebrandt en sus trece”, año II, n° 101, mayo, 2012.